miércoles, 23 de junio de 2010

Horizontes perdidos (Lost Horizon, 1937): Análisis de la película



Dir. Frank Capra
Int. Ronald Colman, Jane Wyatt.
132 min. EE.UU.


Un joven diplomático inglés sobrevive, junto a otros pasajeros, a un accidente aéreo en el Himalaya. Cuando creen que la muerte es inevitable, son rescatados por los habitantes de Shangri-La, una idílica y utópica comunidad que vive oculta en el Tíbet. Mientras la II Guerra Mundial amenaza al mundo, ellos descubrirán un lugar donde la gente vive feliz y sin envejecer (FILMAFFINITY).





Frank Capra es mundialmente conocido por sus fábulas moralistas al estilo de "Qué Bello es Vivir" (1946) o "Vive como Quieras" (1938). Por supuesto, también cuenta en su haber con maravillas como "Arsénico por Compasión" (1944), una de las mejores comedias de la historia del cine para el que esto firma.

"Horizones Perdidos" no renuncia a ese tono aleccionador y moralista, si bien posee un tono pesimista hacia la condición humana que la distancia hasta cierto punto de cualquiera de las películas anteriormente mencionadas. La humanidad no tiene remedio, el mundo va camino de su destrucción, tanto en un sentido literal como simbólico, y para el protagonista de nuestra historia, interpretado convincentemente por Ronald Colman, su única alternativa es huir de toda la locura y sinsentido del mundo del que procedía y pasar el resto de su existencia en esa suerte de idílica utopía llamada Shangri-La. Incluso algunos de sus compañeros más escépticos al principio irán cambiando de opinión en lo referente a su percepción del lugar.



Shangri-La ejemplifica el ideal con el que todo ser humano siempre ha soñado, un lugar ajeno a las absurdas normas y leyes del sistema por el que nos regimos y que finalmente termina esclavizándonos, sumergiéndonos en una espiral de competitividad y agresividad que termina mermando nuestra felicidad y nuestra misma humanidad. Es Shangri-La un lugar en donde no hay crímenes ni delitos porque la gente no tiene necesidad de ello. Todo lo que siempre podrían desear lo pueden tener sin necesidad de delinquir. Al llevar una vida espiritualmente pletórica, son felices. Y la falta de felicidad es uno de los factores que mueve a la gente a cometer crímenes. Si todos fuéramos felices, radiantes, y estuviéramos satisfechos con nuestras vidas... ¿qué necesidad habría de cometer crímenes? ¿De sentir envidia por lo que puedan tener otras personas? ¿De sentir odio hacia determinadas personas?



Éstas son algunas de las cuestiones que plantea esta interesante fábula de Capra, basada en la obra de James Hilton. La película contó con un muy holgado presupuesto para la época, y obtuvo nada más y nada menos que siete nominaciones a los Óscars, de los cuales únicamente obtendría dos de ellos: al mejor montaje y a los mejores decorados. Y con razón. Y es que el diseño de producción es apabullante, destacando las maquetas y decorados de Shangri-La, algo realmente impresionante para la época en la que se llevó a cabo.



Y, sin embargo, argumentalmente la película deja al espectador con la impresión de que podría haber dado mucho más de sí debido a algunos cabos que quedan sueltos y que no llegan a explicarse convenientemente. Para empezar, ¿quién es María, esa chica rusa que se enamora del hermano del protagonista? ¿Por qué quiere irse de Shangri-La? ¿Por qué no sólo quiere irse, sino que habla mal de aquella utopía, como si realmente fuera un fraude? ¿Por qué mintió al protagonista con respecto a lo de su edad, desmintiendo lo que el Lama le había dicho, si era verdad? No parece tener mucho sentido, como tampoco lo tiene que el protagonista, teniendo tantos motivos para quedarse en Shangri-La - después de todo, ha encontrado al amor de su vida, ha encontrado la paz y felicidad que tanto anhelaba, y el Lama lo ha nombrado su sucesor - se deje convencer por una desconocida (para él) y su hermano para abandonar la ciudad utópica que, según le cuentan, es algo así como un fraude. Son sencillamente reacciones poco convincentes que se amontonan en la recta final de la película, restando credibilidad al conjunto.

Tampoco queda muy claro el por qué del cambio de opinión de los secundarios que acompañaban a los hermanos protagonistas en su aventura por el Tíbet... son secundarios cuyas motivaciones no siempre quedan aclaradas, y pasan de una actitud a otra sin que parezcan tener muchos motivos para ello. ¿Qué pasa con la chica enferma? ¿Llega a curarse de su enfermedad en Shangri-La? ¿Cómo?



En fin, son bastantes cuestiones que lastran lo que podría haber sido una película redonda de haber cuidado el guión tanto como los factores técnicos y de haber prescindido de esa ingenuidad naïve tan característica del cine de Capra en pos de una película más compleja y con personajes mejor perfilados. Tal y como queda finalmente, resulta una película siempre entretenida pese a su larga duración, por momentos espectacular, muy bien interpretada por su pareja protagonista, pero no del todo lograda en su conjunto.

Calificación de la película: *** sobre *****



P.D. Por cierto, me abstendré de hacer ningún comentario respecto a la tristemente común en aquellos tiempos, a la par que absurda y risible decisión de utilizar a un actor occidental (H.B. Warner) para interpretar el papel de un oriental, en este caso el chino Dr. Chang.

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